Mi primer contacto con la ópera no fue a través de ésta, sino por medio de otro género mal llamado chico: la zarzuela. Si alguna vez os habéis preguntado porqué se le llama así, es bien sencillo. Este término “zarzuela” aplicado al género musical y teatral, procede del Palacio de la Zarzuela, situado en las proximidades de Madrid y en el que se hallaba el teatro que albergó las primeras representaciones del género.
Pues bien, como iba contando, este contacto con la zarzuela me llegó en la adolescencia a través de un primo que junto con sus padres emigró a la Argentina allá por los años en que muchos españoles buscaban otro lugar donde buscarse la vida al otro lado del atlántico, dada la situación de este nuestro país, en aquellos años.
Pasado el tiempo, mi primo, ya mayor, volvía a la madre patria cada ciertos años para visitar a la familia e impregnarse de las raíces que un día tuvo que abandonar. Antes de regresar a Buenos Aires, hacía acopio en sus maletas de artículos que a él, le apasionaban. Recuerdo siempre cargarse hasta los topes, entre otras viandas, de turrones, los cuales le costaba mucho conseguir si es que no venía en épocas navideñas, así que se recorría tiendas y grandes superficies (por aquel entonces aún existía Galerias Preciados, Simago…), hasta que encontraba su preciado contrabando, duro y blando. Uno de esos días, apareció en casa con su cargamento de turrones y una nada desdeñable colección de discos de zarzuela. A mí, que siempre me mataba la curiosidad por investigar que cargamento se llevaría allende los mares, descubrí aquella colección de elepes y osé cogerlos y escucharlos en el “estupendo” equipo de música que tenía mi padre y que luego me cedió a mí para que lo pusiera en mi cuarto. Era uno de aquellos maletines, gris en mi caso, que al abrirlo su tapa, hacía la vez de altavoz. Cuántas veces he añorado después, saber qué fue de aquel tocadiscos que escupía tangos, rancheras… y los últimos éxitos del momento en singles que iban precedidos por publicidad nada subliminal: “reeeedondo es el disco sorpresa de Fundadorrr…”.
En aquel tocadiscos, escuché aquellos discos que mi primo había comprado: Doña Francisquita, La verbena de la Paloma, Agua, azucarillos y aguardiente… Yo calculo que aquel lote se componía de unos diez o quince, todos de zarzuela y la verdad… me gustó. Me llamó la atención esa mezcla de diálogos, música y canciones que contaban en un todo una historia.
Años después, entre otras muchas adquisiciones musicales, compré, no recuerdo bien si en el Circulo de Lectores, Discolibro o alguna otra, de las cuales era socio, una colección de vinilos de la prestigiosa discográfica Deutsche Grammophon, con la historia de la música clásica. Once estuches que contenían cada uno, un libro y seis elepes, clasificados según género y época y los cuales aún conservo. Uno de esos estuches titulado “El fervor de la ópera” contiene una selección de diversas obras, que podría decir, fueron los que me acercaron a éste género. A partir de ahí me aficioné a escuchar éste género y a descubrir poco a poco obras para mí desconocidas totalmente. Un gran mundo oculto hasta entonces y maravilloso.
Vale la pena descubrir, sobre todo para aquellos que no lo han hecho aún o son reacios a ello, este maravilloso mundo, que a poco te introduzcas, te atrapará. Más aún si cabe siendo sevillano o viviendo en ésta hermosa ciudad, en la cual los grandes compositores se han inspirado para crear sus obras. ¿Sabías que el 2012 los expertos catalogaron en 153 las óperas ambientadas en Sevilla?
No voy a enumerar ninguna porque sería extenderme demasiado. Os dejo a vosotros el placer de descubrirlas y adentraros en la ópera, que hoy más que nunca impregna bandas sonoras de películas, anuncios publicitarios… Seguro que has escuchado en ellos muchos fragmentos que te han encantado y que ignoras de dónde vienen o quién las creó. ¿Aceptas el reto?… No te defraudará.