Como cada año, desde que era niña, Sofía empezó a escribir su carta a los Reyes Magos. Un momento mágico para ella, pues es su manera de hacer un resumen del año y pedir algunos deseos.
Con el clásico “Queridos Reyes Magos…” en el encabezamiento, siempre escrito a mano, por muchos años que pasasen, para después compartirla con la familia, en una tradición que va de padres a hijos desde hace generaciones.
Comenzaba a desgranar el año que terminaba cuando un golpe de viento húmedo le recordó que había ropa tendida y se apresuró a recogerla. En ese momento, con otro golpe de viento la carta salió volando por la ventana del cuarto piso de una populosa calle de Bellavista donde Sofía vivía.
La hoja de papel voló literalmente hasta caer en el edificio del otro lado de la calle sobre el balcón del segundo piso de Teresa, una joven madre que en ese momento suplicaba al cielo para que terminase la relación tóxica que tenía con un malnacido.
La hoja de papel volvió a tomar impulso hasta caer al lado de un perro callejero que movía la cola al paso de los vecinos mirándolos con ojos tristes, sintiendo cómo el viento movía su pelo negro y también la carta, que vio alejarse revoloteando entre las mesas del bar de abajo, allí Juan se agarraba a una taza de café con leche caliente mientras miraba detenidamente las ofertas de trabajo después de meses en paro.
Con el movimiento, la hoja fue a mezclarse con las de las de las protestas de los vecinos por un pulmón verde, en el bosquecito de pinos que se estaba convirtiendo en una escombrera.
Antonio, el barrendero que tenía la ilusión de que su hijo estudiara una carrera, empujaba los papeles con la escoba mientras saludaba a los vecinos, eran muchos años pasando la escoba por sus calles.
Pero ese día el viento no era muy amigo y revoleó el montón de papeles que con cuidado había hecho y elevó la hoja en un remolino loco hasta volver a caer al lado de Sofía, en el balcón que recogía la última prenda del tendedero. Le extrañó que la hoja estuviese como usada y sucia, pero siguió escribiendo su carta a los Reyes Magos, para ser entregada con tiempo en la casa familiar, donde los padres tenían colocadas todas las cartas de la familia con cariño en un lugar destacado de la casa.
Ha pasado ya un año y Sofía busca una hoja blanca donde escribir su carta a los Reyes Magos. Así que baja a comprar a la papelería. Allí, Juan le atiende desde que, al terminar un café, leyó un cartel en la puerta en el que pedían personal. En la papelería coincide con su vecina del segundo, Teresa, que le desea feliz navidad mientras se despide de Juan con un beso y su hijo corre a abrazarlo.
Sofía, al salir, se cruza con Antonio el barrendero y su hijo, el cual lleva una sudadera con el emblema de la universidad de Sevilla. En su mano, el chico agarra con cuidado la correa de un perrillo negro que salta a su lado con alegría porque sabe que lo va a llevar al bosquecito de pinos que, por fin, el ayuntamiento ha protegido para los vecinos.
Sofía se apresura a subir porque quiere terminar la carta de este año, con el pellizquito de resumir el año y la esperanza de que los Reyes Magos no sólo se acuerden de ella. Aunque parece que vuelve a estar nublado y a levantarse un viento húmedo.
Cuento de Navidad de Juan Carlos Pérez Juidias